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Un día acompañando a ChoferMascota

Un día acompañando a ChoferMascota

Actualizado 15.06.2024

Aún recuerdo el último artículo que escribimos sobre Juan Miguel, Juanmi como insiste en que le llamemos. También entonces fue por esa curiosidad que acompaña al periodista de raza en cualquier lugar, en cualquier momento, cuando su radar descubre algo interesante que contar. En esta ocasión estábamos tapeando con un grupo de amigos en un bar pequeño, pero agradable, que lleva poco tiempo abierto. Creo recordar que se llama Don Tapas, o algo así, en la calle Bernardo de Balbuena, aunque el bar no es lo importante de esta historia.

"Tenemos que dejar de vernos así", me dice Juanmi cuando me ve. Ellos se sientan en la barra, parece que planifican un viaje que van a hacer el viernes, trasladando a los tres perros de un amigo de toda la vida. José, el imcombustible compañero de Juanmi levanta la voz demostrando que algo no le sienta bien, "vale que sea tu colega y no le cobres lo normal, pero es que con la idea de que vayas tu  a recogerlos te obliga a hacer 800 kilómetros más, y no se los estás cobrando". Pero bueno, yo  no digo nada porque es tu empresa y es tu colega, lo único que me jode porque pierdo pasta yo. En ese momento alza la voz Juanmi, "tu no pierdes nada porque te llevas lo de siempre  tarao, asumo yo el gasto extra y hoy por ti, mañana por mi". De repente Jose ríe,¿ por qué no haces uno de esos vídeos que haces tú, ofreciendo un viaje con rebaja a la vuelta?, así podemos sacar algo más.

Dicho y hecho. En unos minutos Juanmi se pone creativo y sube en  sus redes sociales una oferta para trasladar algún perro hasta Madrid desde Málaga, donde lleva a los perros de su amigo. No pasa mucho tiempo sin que reciba un mensaje de whatsapp de una protectora a la que ya le han llevado algunos perros, Asociación Los Olvidados de Vitoria. Ya no puedo más. Tengo que preguntarle.

Me cuenta una planificación casi perfecta que se ha ido al traste por una petición de última hora de su amigo. Al forzar que Juanmi esté presente en la recogida, lo obliga al madrugón, pero sobre todo lo obliga a recorrer 400 kilómetros más que no estaban previstos, ni presupuestados. "Pero mira que eres gañan, te comes 800 porque luego me tienes que llevar a mi a Madrid, porque no vamos a ir con dos coches". Se me olvidó el detalle de que Jose vive  en San Blas, un barrio humilde de la periferia de Madrid. La planificación era que Jose los recogiera en Madrid y los trajera a Valdepeñas para continuar juntos el viaje desde aquí. Juanmi cae en su error y los dos ríen, casi hasta el llanto, sin poder parar.

Se me ocurre decir una de esas frases que decimos de adolescentes, una de esas frases que suelen acabar con un grupo de amigos comiendo paella en Valencia después de una noche de fiesta. Mataría por veros trabajar en un viaje. "Coño, pues vente", me ofrece Juanmi. Cuando me queda claro que es un hombre de palabra, uno de los que no necesitan decir las cosas dos veces, me doy cuenta de que me acabo de comprometerme a acompañarlos en lo que podría ser un viaje muy largo.

Nerea le acaba de escribir para confirmarle que tienen una perrita que deben   trasladar desde un pueblo de Sevilla. Podemos cobrarlo más barato de lo normal aunque solo saquemos para la gasolina, comenta más animado. "Ellas se han volcado con nosotros con la operación de Chess". Me cuentan que se trata de unas chicas geniales, que no miran el como, ni el después, cuando  se necesita ayuda. La gente no tiene ni idea de lo que supone montar una protectora. Nosotros llevamos con La Manada de Odin algo más de un año y nos están comiendo las deudas. La gente ˋpiensa que esto es un negocio, que nos forramos. Yo les dejaba correr con los gastos y la responsabilidad aunque solo fuera un mes. El semblante de Juanmi se pone serio de repente, frunce el ceño y una lágrima furtiva recorre su mejilla, los ojos se ven lacrimosos, se nota que hace un esfuerzo titánico por no romper a llorar. Me habla de Odín, un perro que perdió precisamente por acoger de manera desinteresada a una perra a punto de parir. Trajo once cachorros. Su casa era una auténtica locura los primeros días. Odín se acercaba a curiosear y Noah, la madre primeriza, enseñaba los dientes avisando de que quería intimidad. Bastaba eso para una escaramuza. Por eso lo llevó a Rivendel, la residencia donde acabó muriendo, porque no se sentía capaz de garantizar la seguridad de los cachorros, de la madre , de cumplir con Odín y sus necesidades diarias. Iba a ser poco tiempo, hasta destetar a los cachorros. Odín nunca regresó porque unos indeseables lo dejaron morir por no quedar mal. Por eso montó la protectora, porque nadie debería sentir como se le rompe el corazón cuando pierde al más desinteresado, noble y leal  de los amigos.

"Estas chicas que te digo son la caña. Nos han contratado alguna vez para trasladar perros rescatados, y hay muchas opciones que son más baratas que nosotros, pero no hay nadie que lo haga mejor y ellas quieren lo mejor para sus rescatados. ¿Cómo no vamos a quererlas?, ¿cómo no vamos a apoyarlas?". Juanmi les da un precio ridículo por recorrer casi 700 kilómetros con una perrita rescatada del abandono, de la soledad.

El Viernes quedo con Juanmi, apenas son las 5 de la mañana cuando nos ponemos rumbo a Navalcarnero, donde su amigo espera que recoja a los perros a las 9. Tenemos algún imprevisto por culpa del tráfico. Esta hora es mortal para la entrada a Madrid. Hemos quedado con Jose a las 8, pero lo recogemos a las 8,30. Poco después de las 9,15 llegamos a la dirección de recogida. El dueño sigue metiendo maletas en un BMW X5 en el que va a viajar con su mujer, su madre anciana, su suegro y la cuidadora de ambos. Nosotros cargamos a Vaki y a Dama, el primero un mestizo de lo que parece un Alano Español o un Pastor del Caucaso, la otra una mestiza de raza pequeña. El tercero en discordia es un pequeño Yorkshire Terrier de avanzada edad, una incorporación de última hora. Juanmi abate la mitad de los asientos del coche, un Alfa Romeo 156 ranchera, dejando un gran espacio en la trasera del coche. En el asiento que no se abate voy yo, rodeado de perros como una especie de Borja Capponi de la carretera.

Salimos enseguida, mientras la familia humana queda atrás comprobando los últimos detalles. "Si lo dejo ir delante no llegamos nunca, mejor me adelanto y lo obligo a seguirme". NI diez kilómetros ha tardado en darse cuenta de que su plan no iba a funcionar. Hicimos la primera parada en El Hidalgo, un motel que ha sido icónico en la vida social de Valdepeñas, y que por la mala gestión, por la pandemia o por la guerra de Ucrania, vaya usted a saber, se ha convertido en un fantasma de carretera en el que compartes el café con un montón de moscas que revolotean entre las mesas, atraidas por un calor insoportable ante la ausencia de aire acondicionado. Juanmi le pone un mensaje al "padre" de las criaturas. "No me jodas. No me lo puedo creer". Han recorrido 50 kilómetros en el tiempo que nosotros hemos recorrido 240. De repente se le ocurre una idea que lo podría cambiar todo. Les sobra tiempo porque la cosa no va a ser rápida, así que se desvían y van a La Campana, un pequeño pueblo sevillano donde "kea" espera que pasen a recogerla para traerla hasta Madrid. Kea es una cachorra adorable, una de esas que tiene una mirada que te roba el corazón, si es que alguna de ellas no lo hace. En poco más de tres horas recogemos a la princesita. No queremos incomodar a los que viajan en la trasera, y Juanmi no quiere incomodarme tampoco, así que se pone a la pequeña entre las piernas, en el asiento del copiloto donde se va turnando cada 200 kilómetros con José. Es curioso como un detalle tan insignificante puede cambiarlo todo. Poco a poco pierde el miedo, apoya la cabeza en las piernas y escala al regazo de Juanmi, que la abraza con ternura, recibiendo un montón de lametones en las manos y en la cara. "Estas son las cosas por las que hacemos lo que hacemos", comentan entre ellos. El viaje se hace eterno 220 km hasta Torrejón, donde José nos esperaba, 30 más hasta Navalcarnero, donde recogemos a los perros, 490 hasta La Campana, y de allí otros 190 hasta Calahonda, en Mijas. Los dueños están a más de una hora de camino, aunque hemos recorrido casi 300 km más. Conseguimos que la dueña del alojamiento que han contratado nos abra para dejar a los perros y sus cosas. Es un chalet y ya no hace un calor sofocante, así que les dejamos agua fresca en abundancia y nos retiramos. Nos ha pagado la totalidad del viaje de ida, y el de vuelta, que será doce días después.

Empieza el viaje de regreso. No hemos comido nada en todo el día, aunque hemos tomado mucho liquido. Hay que hidratarse, hidratar a los perros y pasearlos cada 150 kilómetros para que estiren las patas y desestresen. El coche no es su ambiente natural y hay que facilitar que cuando vean un coche no expresen sentimientos negativos. De repente entiendo porque la gente los prefiere por delante de opciones más económicas. "El humano paga, pero a mi su opinión no me importa, mi cliente es el animal", Juanmi lo tiene muy claro. "Hay gente que se queja de tantas paradas y nos pide que sigamos la marcha, que su perro aguanta". Yo siempre les digo lo mismo, tu no te bajes si no quieres, el perro y yo si nos bajamos que tenemos que ir al baño, y yo me voy a tomar un café.

Cae la noche, aún nos quedan 200 km hasta Valdepeñas. Paramos a repostar, a tomar algo de bebida fresca, paseamos a la pequeña Kea y le damos agua. Su cola se mueve tan rápido que parece que va a despegar, como si fuera un pequeño helicóptero. Juanmi se aparta con Jose y me invita a acompañarlos. Aparta el importe del viaje de la semana que viene, le da a Jose lo suyo, aparta el porcentaje que ChoferMascota dona a La Manada de Odín en cada uno de sus viajes y aparta 50 euros para repostar, el áun tiene que llegar a Torrejón para dejar a Jose en su coche y después volver a Valdepeñas. Paramos en Valdepeñas, intenta que José lo grabe mientras lanza un alegato contra esa gente que regala perros, que se creen que son un juguete y que los tiran a la basura cuando llega el verano. Dice bien el nombre de la protectora Los Olvidados de Vitoria, pero le asalta la duda. "No, no, dice, vamos a repetirlo que es la otra". Así que repite el vídeo mientras Jose lo sigue como un director de cine, tratando de sacar planos que le parecen una buena idea. Lo sube las redes sociales en el momento que lo acaba de editar.

"La hemos cagado, era el nombre que estaba diciendo, lo estaba diciendo bien". Los dos se parten de risa. Ya no tiene arreglo.

Decido acompañar a Juanmi a Madrid para llevar a Jose´. No quiero que haga solo el viaje de vuelta  Siento una especie de conexión cómplice, algo mágico con estos gamberros cincuentones. Son más de las 12 y las horas y los kilómetros pesan. En Madrid los espera una pareja encantadora. Los amantes de los perros están formados de otra pasta, son una tribu genial que no entiende de falta de sueño, de no me apetece o de que no tengo dinero para que coma el mejor pienso. El perro es su prioridad y poco voy a tardar en darme cuenta de que las palabras de Juanmi no son solo de cara a la galería.

De vuelta paramos en La Atalaya, un bar de carretera que Juanmi me explica que es un ritual. Cuando viene con Runa, su perra, se baja del coche y corre a esa valla. Normalmente hay un burro tumbado que se levanta para saludarla y se hacen cariñitos durante un buen rato. Pienso que me bacila, pero del fondo de un pequeño cercado se escucha el estruendoso lamento del burro que ha llegado para saludar, pero esta noche Runa  no han venido a visitarlo. Si no lo hubiera visto con mis propios ojos no lo hubiera creído. Después de pagar Juanmi busca nervioso entre sus bolsillos. Ha perdido una buena cantidad de dinero, justo le representaba su beneficio. Todos se han llevado lo suyo, José, La Manada de Odin, Kea. El apenas ha recuperado el dinero que ha ido gastando en combustible. Lo de las invitaciones no espera recuperarlo, porque eso es algo que sale del alma dice, como cuando me comprometo a rebajar. Perder dinero es solo culpa mia y solo yo soy responsable. Los perros no pueden verse afectados por mi torpeza. 

Son las seia y media de la mañana. Hemos estado 25 horas de viaje por las carreteras de España. Ha perdido dinero y no parece cansado, parece feliz, diría yo. "No lo entiendo", le digo. No entiendo como puede estar tan tranquilo. "Hago lo que más me gusta. Conozco gente estupenda por el camino y me lo agradecen los perros. Eso es lo que me importa. Si se ha perdido dinero a la próxima me tomo una coca cola menos, o no me tomo el café entre semana después de comer, pero esa mirada de Kea cuando hemos llegado a Madrid, vale mucho más que cualquier cantidad de dinero.

Nos despedimos. Estoy terminando estas letras, pero antes de acostarme hago una donación al 07626, el número de Bizum de la asociación. No me parece justo que siempre sean las mejores personas las que pagan los platos rotos.

En la cama sonrío divertido. Acabo de recordar una de las locuras que hemos vivido durante el viaje. Si la gente supiera como tratan a sus perros, no dudarían en usar siempre sus servicios. Así debe ser, a juzgar por las llamadas solicitando presupuestos que han recibido durante todo el día. Yo no vadría, pero reconozco que me dan un poco de envidia. Mañana será otro día.