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En Valdepeñas la salud tiene nombre de mujer

En Valdepeñas la salud tiene nombre de mujer

Actualizado 19.02.2024

Cuando escuché por primera vez el nombre de Leticia Castillo estaba enfrascado en una lucha desigual contra la depresión. Lógicamente me refiero a mí, no a ella, que parece sacada de un cuento de hadas. Fueron varias las personas que me recomendaron ir a conocerla. Tenia entonces 130 kilos entre pecho y espalda. Me encantaba comer, creo que era lo único que me dejaba asomar la cabeza por encima del barro en el que me estaba hundiendo cada día más. Recordaba episodios de mi vida que me siguen atormentando por las noches, mi mejor amigo muerto, la falta de trabajo, la imposibilidad de acceder  a cualquier tipo de ayuda de las que el Gobierno parece  regalar a los que le son afines. Solo me quedaba robar para poder vivir, pero no son esos los valores que me han inculcado en casa, así que tocaba seguir luchando y reinventrase, otra vez.

No había nada por lo que mereciera la pena luchar, y no es solo una frase hecha, es el run run que me carcomía el curpo por dentro. Ataques de ansiedad que llegaban puntuales a la cita, cada día a la misma hora, povocándome un aumento de las pulsaciones cardíacas que parecía que el corazón iba a salirse por la boca para irse a correr. Un ansia que me provocaba una amargura inexplicable, deseos de llorar por cualquier motivo. He llegado a llorar viendo la serie policial más violenta que han visto mis ojos. Cualquier excusa era buena para tratar de arrojar lastre y dejar que el globo volara, o al menos intentarlo.

Cuando uno escucha hablar del milagro que Leticia obra en sus pacientes, uno se imagina a una señora mayor, con aspecto de bruja, que  va a sacar de tu vida todas esas cosas con las que intentas disimular esa sensación de tristeza. El chocolate, los dulces, el azucar y los frutos secos. Mataría por un puñado de almendras o de anacardos. Podría vender mi alma al mismo diablo por una onza de chocolate, pero no.

Así que dejando a un lado mi cabezonería,  solicité mi primera consulta con Leticia. Probablemente ha sido una de las mejores decisiones que he tomado en mi vida. Cuando nos vimos por primera vez, yo pesaba cerca de los 130 kilos. No soy de andarme con rodeos, así que se lo dejé claro desde el primer día; “no te voy a engañar, no me creo estas cosas de dietas sin pasar hambre y no sigo si veo que no empiezo a perder peso rápido”. Me miró fijamente y aceptó el reto.

Creo que la primera semana la pérdida fue radical, no recuerdo exactamente, pero se acercaba bastante a los 5 kilos, ¡ en solo una semana !. Después la cosa no ha parado, respetando las pautas, porque no puedes ganarle a la báscula engañándola a ella, que es engañarte a tí mismo, la pérdida suele ser de un kilo o kilo y medio por semana. Algunas semanas son dos, otras son quinientos gramos, y otras, cuando te engañas a ti mismo, ganas dos o tres de golpe, pero te has sentido en la cima imaginaria de un mundo irreal.

Aseguro que no he pasado hambre ni una sola vez, que he viajado a Madrid por motivos varios, me he saltado la dieta de manera puntual, volviendo a la disciplina de la buena alimentación al dia siguiente. Ese, y no otro, es el  secreto del éxito de Leticia, conseguir empatizar con cada uno de sus pacientes que ven como con disciplina y rigor, se consiguen los resultados que se buscan. Y para conseguir eso de cada uno de nosotros, Leticia, es única.

Hoy puedo decir que difruto de los paseos con mi perra, que disfruto de andar sin motivo, lo que siempre me había parecido una estupidez y que me alegro de haberla conocido, porque me ha cambiado la vida. Aún sigo luchando contra mis fantasmas, pero gracias a Leticia, la panza, ya no es uno de ellos.